(…Adictos al abrazo) 100 años de tango al estilo cordobés



La noche del viernes, luego de la concurrida clase se armó la milonga. En la pista no había más lugar. Ni para un alfiler. En Tsunami Tango un abanico generacional, colorido y de orígenes varios se disponía a experimentar la química del abrazo. La energía circulaba en sentido contrario de las agujas del reloj.

Con el estilo que la caracteriza, la noche de Tsunami tuvo varios condimentos. La gente seguía llegando. Algunos se ponían a bailar y otros simplemente se sentaban a mirar y disfrutar de lo que pasaba en la pista. Cerca de medianoche entró en escena Nina (Verónica Caliva) combinando tango, humor y cabaret en “Cabatanguet”, un unipersonal en lunfardo, que incluía monólogos y canciones.

Al terminar la performance, en la que Nina abordó el rol de la mujer en el mundo del tango, las parejas volvieron a colmar la pista. Y se pudo ver lo que Andrés Palacio, organizador de la milonga, destacó de la cultura del tango en Córdoba: “La particularidad es el desprejuicio, la diversión, la distensión. Cada uno viste como quiere, no hay poses, no hay roles prefabricados. El espacio, la música, las luces, están desarrollados para fomentar ese ‘ser como cada uno es'.”

Para completar la noche, bailaron Miguel y Augusto, que venían desde la milonga gay de Buenos Aires La Marshall. Si bien en algunos momentos aparecía ese “llevar y ser llevado”, algo poco característico del género predominó en las coreografías: la simetría.

Así, como la noche del viernes, son todas las noches enla milonga. El movimiento que se está generando es creativo y creador y tiene varias ramas. Músicos, bailarines, actores, escritores encuentran en la cultura del tango un espacio de desarrollo. Porque “no se está robando ni copiando algo que fue ni se intenta recrear un ambiente pasado” afirma Andrés. Y agrega que “en Córdoba, está todo por hacerse, bajo la única premisa de que nadie tiene la verdad absoluta en el tango”.

En este sentido, acercarse a la milonga es como entrar una espiral. Al menos eso surgió en un debate entre milongueros que relata Andrés: “cuando uno entra, al principio puede participar desde los aledaños, pero a medida que los vínculos crecen se cae en la espiral concéntrica hasta llegar al punto máximo, cuando uno se para en la pista, se abraza y ocurre “algo” en ese abrazo”.
Ahí, según dicen, comienza la adicción al abrazo.

Por Mechi Ferreira

Fotografía: Ines Arreguy

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